A unos días del comienzo de la Copa del Mundo, Rafael Toriz, puntero indiscutible del San Andrés Tlalnehuayocan, discurre en torno a la idea y el sentimiento del juego del hombre. El futbol, afirma, es la única épica del presente que nos inunda de júbilo y plenitud. Tales sentimientos, que elevan el alma colectiva, sólo requieren de un sencillísimo artilugio: el balón. Compartimos con ustedes un fragmento del ensayo que publicamos en el número 116 de Performance que se contagia de la fiebre del futbol.
El mundo es un balón
Golpeé usted un balón, véalo levantarse, y gritará emocionado
Ángel Fernández
Ángel Fernández
Pocas, un puñado apenas, son las experiencias colectivas que pueden comprometer cabalmente las pasiones de la mayor parte del globo, siempre tan segmentado, diverso y, pese a lo que sostiene el dogma de nuestros días, tan incomunicado. Ya sea que se trate de una catástrofe natural, una guerra en Medio Oriente o la vida disoluta de alguna celebridad –cómo le dejaron las nalgas a Britney, de qué color es el nuevo hijo de Angelina, o cuánta droga fue capaz de tolerar el modisto Alexander McQueen– es un hecho que la capacidad de convocar la atención de tantas personas de manera categórica le pertenece al deporte, y de entre ellos a uno en específico: el futbol, la única épica del presente que nos inunda de júbilo y plenitud puesto que pocas cosas en la vida son tan fantásticas, terapéuticas y baratas como patear una pelota.
Sin lugar a dudas el magnífico acontecimiento que representa el Mundial demuestra que en la Tierra existen intereses colectivos superiores al egotismo, y que Dios, como demostrará Juan Villoro con afanes spinozianos, es injusto y redondo.
La cancha, el lugar de los milagros
No es necesario ser Simon Kuper para afirmar que el futbol es una experiencia atmosférica y seductora en la que es posible ensayar una teoría antropológica para beneficio de todos los campos del saber humano; por algo el deporte de los once jugadores fue calificado en México por el mejor de sus cronistas como “el juego del hombre”. Nada como el futbol para demostrar que en el mundo secular aún hay lugar para evangelios, como sucede con el balompié, donde la metafísica celestial suele ser una constante peregrina (La Mano de Dios, El Ángel de las Piernas Torcidas, El Pata Bendita, etc.)
A su vez, el negocio gigantesco que produce cada cuatro años la justa mundialista se revela como una empresa maquiavélica de monstruosas dimensiones: el dinero que mueve el futbol, si bien no derrota a la industria petrolera o al mercado del narcotráfico, es un botín desmedido que ocasiona no sólo fiebres marketineras vomitivas reflejadas en la sonrisa estúpida de Joseph Blatter, la pobreza de la liga mexicana (preocupada esencialmente por enriquecer particulares) o en el lamentable oportunismo de Pelé, incapaz de reconocer los logros de Lionel Messi, el jugador más grande del orbe que hoy por hoy estremece los estadios.
(artículo completo en Performance 116)
Sin lugar a dudas el magnífico acontecimiento que representa el Mundial demuestra que en la Tierra existen intereses colectivos superiores al egotismo, y que Dios, como demostrará Juan Villoro con afanes spinozianos, es injusto y redondo.
La cancha, el lugar de los milagros
No es necesario ser Simon Kuper para afirmar que el futbol es una experiencia atmosférica y seductora en la que es posible ensayar una teoría antropológica para beneficio de todos los campos del saber humano; por algo el deporte de los once jugadores fue calificado en México por el mejor de sus cronistas como “el juego del hombre”. Nada como el futbol para demostrar que en el mundo secular aún hay lugar para evangelios, como sucede con el balompié, donde la metafísica celestial suele ser una constante peregrina (La Mano de Dios, El Ángel de las Piernas Torcidas, El Pata Bendita, etc.)
A su vez, el negocio gigantesco que produce cada cuatro años la justa mundialista se revela como una empresa maquiavélica de monstruosas dimensiones: el dinero que mueve el futbol, si bien no derrota a la industria petrolera o al mercado del narcotráfico, es un botín desmedido que ocasiona no sólo fiebres marketineras vomitivas reflejadas en la sonrisa estúpida de Joseph Blatter, la pobreza de la liga mexicana (preocupada esencialmente por enriquecer particulares) o en el lamentable oportunismo de Pelé, incapaz de reconocer los logros de Lionel Messi, el jugador más grande del orbe que hoy por hoy estremece los estadios.
(artículo completo en Performance 116)
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