Rivera y Novo se refieren uno a otro de manera constante en su obra. En algún mural de Diego, del que se me escapa la ubicación por ahora —pero en cuanto tenga el dato actualizaré esta entrada—, ya retrataba a un joven Salvador Novo. Otro retrato de Novo se encuentra en el edificio de la SEP, en donde Diego asestó un sablazo en su territorio a los Contemporáneos. Se trata de una sección titulada “el que quiera comer que trabaje”, en donde se retrata a un Salvador Novo a cuatro patas y con orejas de burro siendo pateado por un joven revolucionario. En la mista pintura se encuentra María Antonieta Rivas Mercado (conocida por haber sido amante de Vasconcelos y haberse suicidado en París —¿en Notre Dame?— por decepción amorosa; hechos que opacan su gran aportación a las artes gracias a su mecenazgo que hizo posible la revista Ulises y un teatro en donde se representaban obras de autores contemporáneos) recibiendo una escoba para barrer, probablemente, la basura que se encuentra en el lugar: la revista Ulises y Contemporáneos, junto con otros simbolismos de las artes llamadas burguesas y, por tanto, reaccionarias.
La enemistad entre Rivera y los Contemporáneos es bastante conocida. Muchos insisten que el origen está relacionado por sus posiciones ideológicas e ideas estéticas. Diego, ferviente marxista, pedía y exigía a todo artista un arte proletario. El arte, determinado por sus condiciones históricas, debía ser un arma o herramienta para la revolución, dejando de lado toda clase de pretensión intelectual burguesa. La revolución cultural marxista exigía que toda expresión exaltara al proletariado y hablara de los tiempos por venir en donde, tras la dictadura del proletariado, una sociedad igualitaria aparecerá.
Los Contemporáneos ante esta perorata populista lo menos que hacían era bostezar. Entre ellos quien manifestará la oposición más firme a estas ideas será Jorge Cuesta, quien se encargaría de hacer enojar a los cultirevolucionarios a periodicazos —a tal grado que conseguirá que los seguidores de Lombardo Toledano le propinen una golpiza que, de acuerdo a Capistrán, estaría relacionada con sus futuros ataques de locura. Este grupo sin grupo, harto de la exaltación nacionalista y el fervor revolucionario, buscarán una poesía y un arte cosmopolita.
Pero pecaríamos de ingenuos si creyésemos que sólo lo extrictamente intelectual aleja a estos personajes. Aceptar una idea así sería como olvidar la dimensión humana de aquellos estelares de nuestra interesante historia intelectual. Pues, como se verá ya, nuestros intelectuales no le piden nada a los europeos para vivir en tramas que se acercan a la ficción por la fuerza de sus pasiones, engaños y traiciones.
El rompimiento definitivo con estos jóvenes poetas se daría por un pleito de faldas. Estando Rivera en una comisión en la URSS su entonces esposa, Guadalupe Rivera, estaba haciendo maletas para huir con el joven Jorge Cuesta. Lupe y Cuesta se habían conocido en casa del matrimonio Rivera Marín, durante una de sus semanales fiestas. La costumbre era que los fines de semana —si no me equivoco— se realizaba una fiesta en la que se reunía toda la fauna intelectual de Coyoacán e invitados. Al lugar asistían Novo, Villaurrutia, Cuesta y Dolores del Río, entre otras glorias nacionales. Allí eran agasajados por Lupe Marín, conocida por sus dotes gastronómicos, quien les comaba de delicias regionales.
Cuentan quienes vivieron el drama que fue un flechazo inminente. Había entrado Cuesta a la cocina a buscar vaya usted a saber qué y, allí, se encontraría con Lupe. Cruzaron miradas y el resto es historia. Muchas cosas tuvieron en común: amigos, gustos y una libido intensa y sin control. Cuentan los chismes que Cuesta gustaba de presumir las proporciones de su, digamos, equipo —if you know what i mean. Así que, como verán, tenemos la receta perfecta para un enamoramiento a primera vista.
Al regresar Diego a México se había encontrado con que Lupe estaba viviendo en Potrero.
Novo, siendo Novo, no pudo evitar, digamos, inmortalizar el momento en una serie de sonetos muy severos contra el muralista. Por desgracia estos textos no se encontraban en internet hasta hoy —en serio, los busqué por todos lados, pinky promise—, lo cual es un crimen contra la historia de la sátira en México. Razón por la cual, desde la Selección personal de Novo, transcribo La diegada y Sonetos a Diego.
Enjoy it.
La diegada
Rafael querido, tu “Canto a Rivera”
porque decoró la sede de Cortés,
huele a mejor ana que la primavera
indiana que llega postrada a tus pies.
Pues ya sus cosechas hasta Cuernavaca
llenaron paredes con arte de ley,
celébrenlo todos, que en limpio se saca
que cuerna la vaca mientras pinta el buey.
A inmortalizarlo, tímido, me llego;
seremos en ello, padrinos, compadres.
Digamos su vida: llámaronle Diego
porque es de San Diego —pero de los Padres.
A veces suspira con hondas saudades
en su edad de oro por su edad de hierro
y mira el pasado, y en sus mocedades
ve cerro tan sólo, ve cerro tras cerro.
El genio en su frente brotaba pujante,
gallardo y enhiesto en forma de agujas;
pasó por Lovaina, detúvose en Gante
y puso pinceles al Puente de Brujas.
Por rara ocurrencia e insólito caso
en las novilladas del arte, el pintor
tropieza en el coso con Pablo Picasso
que en él se ejercita como picador.
Regresa oportuno con buena contrata
en la temporada del diestro Pepete;
danle el anfiteatro, del cual se si trata
recluta, retreta, retrata y retrete.
De Nueva Galicia con fresca Gorgona
—el traje de jockey, la voz de sargento,
modelo en el muro, tumulto en la zona—,
monstruoso celebra el carnal juntamiento.
Las furias asombra tamaño conjuro,
que aquél cuya panza tomaron por frente
no puede ante el muro lograr ponteduro
con mano que empuña pincel deficiente.
Catástrofe horrible que nada consuela;
deplórenlo todos por la Guada Lupe;
del pobre Juan Diego no prende la vela
y en seco se proyecta lo poco que escupe.
Subió la escalera. Y opina la gente
que nunca su genio más alto voló.
(Lo dijo Aristótil, varón omnisciente,
ya puede que sí, ya puede que no.)
Yo pongo en veremos el caso dudoso,
pues no me parece bastante probado;
¿Volar, Aristótil? Pues ¿no hay en el coso
muchísimas veces un toro embolado?
Portento cornátil, la gente de Rusia
el grave le enseña pendón colorado.
Acude al reclamo, las patas se ensucia,
le cortan la oreja y el rabo colgado.
La estrella que roja sus rayos aduce,
la estrella que manda los ricos al diablo,
al astro leníneo, lumínico luce
allí donde siente calores de establo.
Aprende en la estepa las cosas que sepa:
de quien las trabaje son tierra y mujer.
¡Que cuanto le quepa se meta en la pepa,
pues él no la puede por cable joder!
Complazca en su ausencia su lóbrego abismo,
procure su esquila constante repique:
¡Salud, camaradas! ¡Esto es comunismo!
¡Dejádmela buena para el bolchevique!
Un crítico grácil, esbelto y albino,
de lánguido talle, los ojos asoma;
el diestro, siniestro, y el vuelo ladino
como una paloma.
Dejemos a Diego que Rusia registre,
dejemos a Diego que el dedo se chupe,
vengamos a Jorge, que lápiz en ristre,
en tanto, ministre sus jugos a Lupe.
Repudia a la vaca jalisca y rabida
la deja en mano del crítico ralo
y va y le echa un palao a una que se Kahlo
apellida y se llama —cojitranca Frida.
Su suerte cambiaron clarines famosos,
la gente a su paso se pone en cuclillas,
espera medallas, y aquellos tramposos
en cambio le quieren poner banderillas.
No tienen razón los que se violentan
antes de sus estampas, y dícenle agravios;
si cara de idiotas sus monos ostentan,
es que le disgusta pintar monosabios.
Regresa este genio grande entre los grandes,
tiene conquistada su gloria mejor.
Puso nuestra patria una pica en Flanbes
—y otra le pusieron a nuestro pintor.
Hacia California, la Meca del cine,
sus pasos dirige en fecha nefasta
porque nadie piense ni nadie imagine
que él no es el primero que como cine-asta.
Allí los apuros para el desayuno,
que cuando su esposa pedía hot-cakes,
él, baja la testa, pedía el muy tuno
crujientes y frescos platos de corn-flakes.
Volvió —de la gloria más alta en la cima—
de Estados Unidos a fines de Abril.
Le dieron los yanquis, la tierra y el clima
los ímpetos nuevos de un Búfalo Vil.
La buena costumbre se aprende en la escuela,
y aquella porcancia nutrida de ordure,
ya diario se baña, seguido se pela,
y cada semana se da cornicure.
Del año en la fértil saison esplendente
—mentido de Europa raptor, como dice
don Luis el de Argote—, la luna en la frente
se afirma en los patrios terrenos que pise.
Hasta sus rascacielos enorme y derecho
lleva sus pinceles el hijo de puta.
Nueva York se asombra, porque se ejecuta
por la vez primera El buey sobre el techo.
La plaza de toros no es como el estadio
y este buey no puede dar la vuelta al ruedo.
Su estampa disgusta, y a modo de pedo
nos lo reentorila la Ciudad del Radio.
Sonetos a Diego
La diestra mano sin querer ha herido
el berrendo del muro decorado,
y por primera vez tiene vendado
lo que antes tuvo nada más vendido.
Un suceso espantable es lo ocurrido;
descendió del andamio tan cansado,
que al granero se fue, soltó un mugido
y púsose a roncar aletargado.
Y una mosca inexperta e inocente,
aficionada a mierda y a pantano,
vino a revolotear sobre su frente.
Despertó de su sueño soberano
y al querer aplastar —¡hado inclemente!—
se empitonó la palma de la mano.
Cuando no quede muro sin tu huella,
recinto ni salón sin tu pintura,
exposición que escape a tu censura,
libro sin tu martillo ni tu estrella,
dejarás las ciudades por aquella
suave, serena, mágica dulzura,
que el rastrojo te ofrece en su verdura
y en sus hojas la alfalfa que descuella.
Retirarás al campo tu cordura,
y allí te mostrará la naturaleza
un oficio mejor que la pintura.
Dispón del viaje ya. La lluvia empieza.
Tórnese tu agrarismo agricultura,
que ya puedes arar con la cabeza.
Marchóse a Rusia el genio pintoresco
a sus hijas dejando —si podría
hijas llamar a quienes son grotesco
engendro de hipopótamo y harpía.
Ella necesitaba su refresco
y para procurárselo pedía
que le repiquetearan el gregüesco,
con dedo, poste, plátano o bujía.
Simbólicos tamales obsequiaba
en la cursi semanaria fiesta,
y en lúbricos deseos se desmayaba.
Pero bien pronto, al comprender que esta
consolación estéril resultaba,
le agarró la palabra a Jorge Cuesta.
Pues Tina y Cuba sirven de trinchera
para huir de la cólera de Cuba,
Cuba a Tina cortó la regadera
de modo que ya no hay quien se le suba.
Se agotaron las flechas de su aljuba.
Su vida terminó perecedera,
y lo llora la turba arrabalera
que comunismos pútridos incuba.
Y diego, el comunista distinguido,
que maneja el pincel ultramoderno
y que es tan buen pintor como marido,
por el largo desfile hacia el infierno,
en homenaje al desaparecido,
aporta una corona en cada cuerno.
Pues la revolución todo lo premia
con aproximaciones y reintegros,
y la cena fatídica de negros
está por terminar, y el tiempo apremia,
nombraron director de la Academia,
a quien cambió una madre por dos suegros,
a quien con sus pinceles pelinegros
la pintura mural hizo epidemia.
Y hallando en mal estado el edificio,
lleno de cuarteaduras de plastas,
púsose a meditar, con sano juicio.
Y le dijo al rector: “Aquí no gastas,
que voy a aprovecharte mi oficio.”
Y apuntaló los techos —con las astas.
Ya no nos pintes más hoz y martillo
ni mezcles agristas con obrero;
guarde ya tu pincel aventurero
el depósito fiel de tu fundillo.
Ilustrados falaz del Laborillo,
vete por el camino verdadero,
y acude al que te atañe lastimero
virgiliano llamar del caramillo.
Luciente honor del cielo, y cuando vayas
a las exposiciones en que brillas,
paces, muges, decoras y atalayas,
los jurados harán, gente sencillas,
que te impongan en vez de medallas
unas decorativas banderillas.
El berrendo mural, Tauro eminente,
becerro babilonio, Apis moderno,
lleves coyando, riendas y pesante:
Simile mostro visto ancor non fue.
Tus hermanos, uncidos al dorado
carro, te abandonaron en el monte,
perdido todos, sólo tú ganando.
Míralos trasponer el horizonte;
quizá traigan el paso fatigado,
Ma le quattro un sol corno avean per fronte.
Querido Rafael, ese soneto
cuyo motivo sobrecoge y pasma,
me ha llenado de envidia pecho y asma,
como dará valor al cornupeto.
Tanto admiráis estampa en el sujeto
—sujeto, digo bien—, que su fantasma
hace que me levante de la casma
y que venga a confiaros un escreto.
Téngole envidia y miedo, y aturdido,
ni al revés sé si escribo ni al derecho,
y es mi mayor tortura y mi cuidido;
donde el lápiz grabó, “pase despecho”,
que un celoso tipógrafo entendido,
me vaya a corregir “pases de pecho”.
Un buey cansado, sucesor del Giutto,
enchicagó su carne enlatecida,
en andamios trepó, y en la Avenida
Quinta de Nueva York hizo alboroto.
Vacío de criadillas el escroto,
su mierda se borró porque despida
estableril aroma, y en su huida
se vino a hacer revistas para Soto.
A San Ángel volvióse con la mica
de su pinche mujer, porque lo arrope
y le prevenga alfalfa y bacinica.
Y ansioso de embestir, salta al galope
y con otros cornélidos publica
una revista que se llama El tope.
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