La filiación literaria aparece
bruscamente. Tiene más de revelación, epifanía o iluminación súbita que de
planeación, táctica o estrategia. El escritor no se levanta por la mañana
agendando su experiencia. La planeación diaria es utopía que se ve sobrepasada
por todas las variables de la realidad: el clima, la ubicación geográfica, la
existencia de otras personas y su circunstancia; el azar. Así, la fascinación
está a la vuelta de la esquina para quien no la espera y generalmente es
imperceptible para los obsesivos que la quieren seducir. Un día, un momento
cualquiera, uno descubre su vocación o el talento oculto, la tragedia de la que
es imposible escapar (o en la que el escape forma parte de la misma), la pista
que estaba buscando, la pieza que inicia un rompecabezas. Esta pasión revelada
es trágica, despoja al sujeto de su razón y lo reduce a mero conducto para saciarla.
De lo inesperado de la
revelación gran ejemplo es la anécdota del primer encuentro entre Luis Mario
Schneider (1931-1999) y Jorge Cuesta en la porteña ciudad de Buenos Aires.
Schneider se encontraba paseando por la ciudad, cobijado por la noche y las
estrellas o contemplando el asfalto. Una corriente de aire, una maldita e
insignificante corriente de aire, levanta un periódico anónimo que se precipita
sobre la cara del porteño. Sorprendido por la violenta sarandeada y fuera del
trance de la cotidianeidad leyó, como esperando las palabras del Oráculo.
Encuentra unos sonetos. Al final: Jorge Cuesta. Pocos días después, y gracias a
su librero de confianza, se enteró de todo lo que se sabía hasta el momento: un
poeta loco que se suicidó. Punto.
Foto Yerania Rolón. |
¿Cómo llegan hasta ahí esos
sonetos? ¿quién publicó en patria tan lejana ese texto cuando aquí,
especialmente en la provinciana Córdoba, se luchaba por borrarlo de la
historia, por eliminar su huella y hacer de su existencia anécdota marginal?
¿Esa mañana despertó Schneider pensando en ese momento? ¿supo ahí mismo que
terminaría por visitar tierra mexicana para rastrear los pasos del misterioso
personaje? A la pasión no se le puede anteceder, nunca se sabe dónde puede
terminar uno por ella, o a cuesta de ella.
Casual. Un día haces rabiar a
tus profesores y te corren de clase. Sales, carcajeando con tu amigo Gilberto
Owen dirigéndote a aquel oscuro café América, y te encuentras con Xavier
Villaurrutia y Salvador Novo. Ambos, Owen y Cuesta, altos y delgados, hermosos
y malditos, eran centro de atención doquiera que entraban. En aquella ocasión
Cuesta, con un ejemplar de un periódico francés bajo el brazo llamó la atención
de Villaurrutia. ¿Alguien tan joven y leyendo en francés? Debían conocerse.
Villaurrutia quedaría fascinado con la inteligencia del joven Cuesta. La
afinidad fue irremediable. ¿Sabían en ese momento lo que iniciaría? No sólo fue
el encuentro de los antologadores de Antología de poesía mexicana, sino
un momento cumbre para la literatura en español. Acontecimiento fundacional que
daría forma a la poesía del porvenir y llevaría a México de la mano a la
vanguardia.
Ver a los párvulos jugar en el
patio no tiene nada de extraordinario en tiempos previos al internet, la
televisión y los vídeojuegos. Dos niños pequeños pasan tardes enteras
correteándose, platicando, escondiéndose, hablando de la escuela primaria a la
que asisten. Son compañeros. Miguel y Juan León pasan horas preciosas en ese
patio ubicado en la calle ahora identificada con el número 3 de la ciudad de
Córdoba, a unos metros del parque 21 de Mayo. Un día como cualquiera el niño
Juan León se presenta en casa del compañero de juegos. Cumpliendo con las
formalidades de todo pequeño que es invitado a comer a casa ajena se presenta
con los padres: Juan León Cuesta Izquierdo, para servirle. Sin mayor
asombro, el padre del niño Miguel, el señor Capistrán, hará la acotación: Tú
vives en el portal de la Gloria, eres hijo de Natalia y sobrino de Jorge, el
poeta que murió en busca del elixir de la eterna juventud. Ahí nació su
obsesión por Cuesta. Dice Capistrán: Pensar que en esa ciudad en la que
vivía existió un personaje así me apasionó y me llevó en su búsqueda. Ahí nació
mi obsesión por Cuesta.
Capistrán nunca se hubiera
imaginado la cantidad de disparates que tendría que escuchar años después.
Rastrear a Cuesta parecía un trabajo imposible. Ese personaje, el misterioso
tío de su compañero de juegos, resultó ser un desconocido en su ciudad natal.
Ninguno de los mayores, aquellos que pudieron haber conocido al alquimista, se
atrevía a hablar, y si lo hacían era para lanzar pistas confusas, verdades a
medias o viles falsedades: que si Cuesta era una exhibicionista que
acostumbraba salir con una gabardina, como ese cliché de película clasificación
B, buscando a los paseantes del parque 21 de Mayo ante los cuales desvelaba su
desnudez; o si se había castrado con unas tijeras y sus testículos flotaban en
la bañera mientras los demás contemplaban horrorizados; que estaba obsesionado
con cambiar de sexo, con devenir hermafrodita; que si tuvo pacto con el diablo;
que no publicó nunca, nada. Notó pronto el error: buscar a Cuesta en Córdoba,
ciudad provinciana de ambiente levítico en la que era mal visto por su
resistencia a entrar al redil y ser una persona, digamos, normal.
La leyenda negra de Cuesta
encuentra inició en su ciudad natal. En 1929, a su regreso de una larga estadía
en Europa, Cuesta contrae nupcias con Guadalupe Marín, 'La Única'. Esta
mujer, con voz de sargento, resulta ser nada más y nada menos que la ex
esposa de Diego Rivera, el pintor comunista agente del mal. Doble escándalo. No
sólo se uniría en segundas nupcias, sino que desposaría a la cónyuge de
Satanás. Deshonra, deshonra por todos lados y para siempre. Pero el elemento
definitivo, el suceso que logró el pacto tácito entre los cordobeses para
intentar enterrar a Cuesta, fue su locura y el suicidio, vistos por muchos como
castigo divino al querer salir del redil.
Una tarde con Othón Arróniz y
Sergio Pitol el joven Miguel Capistrán, que ya había ido de puerta en puerta
preguntando por la difusa figura de Cuesta, vuelve al ataque y les inquiere:
¿Seguros de que no hay nada, nada, nada, nada publicado de Cuesta; ni un libro,
un plaquette, un panfleto? Negativa respuesta. Nadie sabe nada. Uno de
los interlocutores dio norte: ¿ya buscaste en los periódicos? La obra de Cuesta
estaba por ser descubierta.
Revisó cada periódico en la
hemeroteca. Sin mucha idea de por dónde comenzar fue buscando su pista. Por
fin, un día, encontró el nombre en El Universal, en donde el poeta fue
editorialista. Así, se enteró del pleito entre Examen y Excélsior,
de sus ataques frontales contra el nacionalismo y su admiración por Mae West. Y
de ahí hacia atrás, desanudando la madeja.
Apenas a un año de las
siguientes elecciones federales el presidente de México, probablemente Adolfo
López Mateos a mediados de los sesentas, visita Córdoba. Los reporteros, como
coyotes hambrientos, rodean al mandatario. Las órdenes de sus editores son
claras: es necesario saber quién será el sucesor. En la comitiva que acompaña
al presidente se encuentra el Secretario de Educación Pública Jaime Torres
Bodet, quien se encuentra en un rincón solitario, quizá en el lobby de un
hotel, quizá en un restaurante.
Me acerqué. Era una
oportunidad que no iba a dejar pasar. Me acerqué y le pregunté si podría
regalarme un poco de su tiempo y hacerle unas preguntas sobre los
Contemporáneos. Torres Bodet se mostró sorprendido de que alguien tan joven se
interesara en ellos, que eran unos desconocidos. En ese momento me dio su
tarjeta y me dijo que si no tenía ningún problema le hiciera una visita en la
ciudad de México, en su oficina en la SEP. Se tenía que ir junto con el
presidente y tenía poco tiempo.
Sin ningún problema Miguel
Capistrán se presentó en el lugar. Relata el gran impacto que causa esa oficina
tan exótica, misma que alguna vez ocupó José Vasconcelos. Torres Bodet refrendó
su sorpresa y le prometió toda la ayuda que fuera posible. Pero no es
conmigo con quien tienes que hablar. El entonces Secretario de Educación
Pública tomó un teléfono con línea directa a otros miembros del gabinete
presidencial. Ve a ver a Gorostiza. Está en la Secretaría de Relaciones
Exteriores. Él te puede ayudar más que yo. Fue de sus amigos más cercanos.
La emoción le llenó de
adrenalina y cubrió en poquísimos minutos la distancia entre ambas secretarías.
Después de muchos años tendría acceso a testimonios de primera mano, a
información privilegiada. Había ido a conocer a uno de los Contemporáneos y
terminaría conociendo a dos. Un día sin duda lleno de sorpresas.
Al llegar a la oficina de
Gorostiza se encontró con su secretaria. ¿Le envía el Secretario de
Educación? El Secretario le atenderá en un momento. Se sentó a descansar.
Al momento que Miguel cuenta este episodio empieza a hablar cada vez más fluido
y el semblante se le ilumina. Me lo advirtió antes de que empezara a
entrevistarlo: a mí me preguntan por los Contemporáneos y es como si me
pusieran play. No paro de hablar. Pero no sólo no para, sino que desborda
vitalidad. Al contar cada paso en su carrera, en sus más de 40 años de
investigación, los revive, los recrea.
Sentado, esperando la
indicación para entrar al despacho de Gorostiza, cambió de color. Se puso
pálido de golpe. Una persona pasó directo, saludando a la secretaria y sin
necesidad de esperar, a ver al autor de Muerte sin fin. Como si hubiera
visto a un fantasma u otra clase de ser fantástico. ¿Es él? Preguntó a
la secretaría. Sí, viene a ver al señor Gorostiza porque mañana mismo sale a
la India como embajador.
Salí corriendo
inmediatamente y crucé Reforma para buscar un libro. Con la misma regresé.
Regresando, con la emoción a
tope, se plantó a esperarlo. El mismísimo Octavio Paz frente a él. Le dijo que
en una revista en la que estaba publicando harían un homenaje a Cuesta y
esperaba pudiera ayudarles con una colaboración. Paz, accesible, le indicó los
sonetos dedicados a Cuesta que podría tomar (sobre los cuales plasmó su
autógrafo), que en ese momento no podía ayudar con nada más pues al día
siguiente partiría a la India como embajador. Inmediatamente pasó al despacho
de Secretario de Relaciones Exteriores. Conocería a Gorostiza. Iba a conocer a
los sobrevivientes del archipiélago de soledades, se haría íntimo amigo de
algunos.
¿Sabía Capistrán hasta
dónde iba a llegar su obsesión? ¿imaginó en algún momento, mientras planeaba su
misión quijotesca de rescatar al poeta que murió en busca del elixir de la
eterna juventud que trabajaría para Salvador Novo como asistente y sería quien
lograra traer a Borges a México? ¿Habrá tenido idea de que entraría en este
juego de afinidades irremediables?
Josué Castillo
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