miércoles, 8 de septiembre de 2010

Erase una vez en el Oeste


Con motivo de la inauguración de la exposición Legado Sagrado en la galería universitaria Ramón Alva de la Canal -muestra que recoge las imagenes de los sobrevivientes de los pueblos indígenas de la America del Norte captadas por un desconocido fotógrafo, Edward Curtis-, la colaboradora de Performance, María Gainza, decide abordar en un breve ensayo lo concerniente a las acusaciones de mistificacion que giran alrededor de la obra y el autor referidos. A continuación un fragmento del ensayo:

En la tarde de marzo de 1905, el Waldorf Astoria de Nueva York estaba atestado de gente. Se habían reunido para ver una película de Edward S. Curtis, un fotógrafo a quien apenas habían oído nombrar. La prensa había prometido que sería una velada exótica: la América que desaparece eran imágenes en movimiento, sonidos y fotografías de tribus indias del sudoeste norteamericano. Al terminar la proyección, las mujeres más poderosas de los Estados Unidos, incluyendo a la señorita de Herbert Satterlee y a la flamante señora de Frederick Vanderbilt, aplaudieron conmovidas haciendo sonar sus pulseras de diamantes como viboritas cascabel, mientras, sobre el escenario, el tal Curtis les explicaba su proyecto: soñaba crear un registro monumental de las tribus norteamericanas para preservar los últimos vestigios de las culturas al borde de la desaparición. Pocos de los presentes sabían que eso era un sueño imposible: para 1905 la frontera ya había desaparecido.


Nadie lo sabía mejor que Curtis: venía de pasar ocho años buscando infructuosamente restos de vida indígena previa al contacto con el hombre blanco. Y estaba a punto de darse por vencido cuando se le cruzó una idea: el proyecto tenía que –literalmente– ser creado. Había que reconstruir lo que alguna vez habían sido esas culturas o, por lo menos, lo que a él le gustaba pensar que habían sido.


El público que aplaudió esa noche frente a los retratos de jefes indios no era un público cualquiera. Los millonarios neoyorquinos dueños de los ferrocarriles (inmortalizados en el Mister Chu Chu de Erase una vez en el Oeste) habían causado el fin de esas mismas tradiciones que ahora lloraban con sus pañuelos de muselina blanca: para 1890, Cornelius Vanderbilt, Pierpont Morgan y Jay Gould habían limpiado las fronteras de indios. Pero ahora, con el camino allanado y el indio bajo control, ellos mismos, con Pierpont Morgan a la cabeza, se dedicarían a financiar el sueño imposible de Curtis.


I


The North American Indian es el relevamiento más grande y exhaustivo que exista sobre el Oeste norteamericano. Publicado en veinte tomos de una edición limitada, la obra incluye textos, entrevistas, fotografías y cilindros de cera que registran la vida de unas cien tribus indígenas: desde los esquimales de Alaska a los Hopi del Sur de Norteamérica. Nunca antes se había intentado algo así. Y cuando se terminó, en 1930, quedó sepultado bajo su propio peso.


Hasta que en 1971, The North American Indian fue rescatado por la Pierpont Morgan Library. Entonces, los antropólogos, ávidos por definir los parámetros de su siempre inestable metodología, comenzaron a preguntarse si este fotógrafo delirante había realmente preservado el legado de las comunidades indígenas o había, más bien, reforzado los estereotipos eurocéntricos, volviendo al indígena una caricatura sin espesor. Curtis apareció entonces como un falsificador del pasado indio y un explotador ambicioso.

La versión completa puede leerse en la edición 122 del periódico Performance.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Laundry Detergent Coupons