viernes, 6 de mayo de 2011

Gonzalo Rojas, el hijo del minero

Larga vida tuvo el poeta que se asumió como hijo del silencio. Aquel que, desde su humilde infancia entre mineros, supo que hay que silabear y hay que entender lo que es la vocal para deletrear este mundo que lo vio nacer en Chile en el lejano 1917. La poesía de Gonzalo Rojas, nos dice Arturo Mendoza Mociño en este memorial, fue premiada en múltiples ocasiones porque, en demasiados momentos, imantó almas y corazones hacia su trémula palabra. 

Inflexible y puntual como un verdugo inglés, donde quiera que estuviera, Gonzalo Rojas bebía un whiskey al filo del mediodía. Así ocurría todos los días, desde hacía muchos muchos años porque el poeta chileno, además del don de la palabra, poseía la sabiduría que brinda una larga y saludable vida. Por eso no era nada quejumbroso y caminaba muchísimo, recuerda Armando Alanís Pulido, poeta regiomontano que fue su guía en todas las visitas que hizo el vate a Monterrey, desde el año 2000 hasta su última estancia en 2007, cuando impartió una cátedra en el Tecnológico y dio una lectura pública en el Museo de Arte Contemporáneo, gracias al mecenazgo de Janet Clariond.
El Premio Cervantes 2003 no ocultaba su entusiasmo por “la imantación” que ejercía la Sultana del Norte en él. Porque había conocido a Alfonso Reyes en 1959, pocos meses antes de su muerte, el chileno sentía una deuda con la ciudad y sus escritores. Por eso le agradaba tanto tener a Armando Alanís Pulido por Virgilio. Y no fueron pocos los whiskeys que compartieron, generalmente en el bar 1900 del Hotel Ancira, debajo de sus emplomados vitrales, entre porfirianos aires y chácharas de hombres de negocios y esos políticos que se les parecen tanto, en la riqueza, en el espanto. En uno de esos tantos crujires de hielos, Armando escribió un poema en su honor que llamó, con acierto, “Quien grita cautela”:
 
Ahí estaba el viejo amigo con su capital desbordante, 

nadie habló de dinero, es con-ver-sa-ción 

y yo muy humanístico —sí cómo no— 

ávido eso sí, jugando en el tablero relampagueante de la literatura 

resisto la hipnosis 

me hago el valiente, y pienso ligeramente en la pasión del lector .



Mira niño, búscate una vida de 70 años 

porque la vida comienza a los 70, me lo dijo Matta y vive 10, yo tengo 20 

no hubo bulla ni fanfarrias 

lo celebré con una sonrisa que denotó mi miedo 

¿qué digo qué hago qué escribo? 

ya sé —le dije— besemos a las piedras 

entonces la conversación se tornó infinita. 

Como poeta, decía siempre Don Gonzalo a todo aquel que quisiera escucharlo, tengo sentido del rigor y de la imaginación en todo su despliegue. Así es como se conservaba más o menos fresco, más que menos. —Hay un poemita mío que anda por ahí y que se llama “80 veces nadie”. Esa palabra, nadie, es la que más me ha maravillado en mi existencia. Siempre he tratado de descubrir más y más lo que significa, porque nadie es mucho más que decir abolición del yo. El maestro Jorge Luis Borges, que era tan grande, hablaba demasiado, para mi gusto, acerca del abolir el yo. Cuando se habla demasiado de algo se termina por abolir nada. Prefiero ese nadie oscuro, oculto, esa especie de enigma mayor. Esa figura ya viene desde Homero cuando, en La Odisea, dice: “Nadie me ha herido”, y Paul Celan sostiene: “Alabado seas nadie”. Eso me encanta.
Quizás por ello se consideraba un hijo del silencio.
—Soy un animal, aunque parezca sensualote o, por lo menos concupiscente, lo cual no niego, que está vuelto hacia el balbuceo de lo que no sé, por lo tanto amo el silencio. Si bien es cierto que la poesía se hace con palabras, la poesía se hace también con el silencio. Y el que no sabe entrar en el “callamiento”, inventemos de buena vez la palabra, no tiene derecho a nada en poesía, porque se convierte en un fosfórico señor verbaliento y verbaloso, bastante inútil por cierto. Hay que saber medir el juego y hay que saber callar, hay que silabear y hay que entender lo que es lo vocal, lo que es la cromatización de las vocales, tal y como pensaba Arthur Rimbaud, quien le daba colores a cada una de las vocales. El silencio guarda relación con la dimensión fónica de la palabra, no con la vertiente semántica, pero es tan poderoso que modifica el sentido de cualquier palabra. Lo que a mí más me importa es jugar con la palabra, desde el secreteo verbal y el balbuceo, desde el misterio mismo.
Por eso, Poeta, en la hora de tu partida, el lunes 25 de abril de 2011, te seguimos escuchando cuando sopla el viento, cuando la luz mengua, ante la coraza de estrellas y el sin descanso de las olas.

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