Apichatpong Weerasethakul, mejor conocido como Joe |
Una de las revoluciones capitales del género fantástico en la cinematografía del siglo XXI proviene del imaginario del inclasificable artista contemporáneo y realizador tailandés Apichatpong Weerasethakul. Con seis largometrajes a cuestas y varias exposiciones con fotografías, instalaciones y videoarte, se ha convertido en un referente imprescindible de la escena asiática actual. Sergio Raúl López conversa en estas páginas con el multipremiado renovador del cine contemporáneo.
Sergio Raúl López
Sumergida en la lentitud repetitiva, cansina de la vida cotidiana, en un pueblo campesino tailandés cualquiera, aparece, sin más, materializado, tangible, el eterno retorno y las vidas recurrentes. En las noches de una granja donde se cultivan árboles frutales y miel, repleta de trabajadores ilegales de Laos, aparecen el fantasma de la ex esposa –fallecida 19 años atrás– y una criatura de pupilas rojas de tan dilatadas y cuerpo cubierto totalmente de cabello oscuro, que resulta ser el hijo extraviado pocos años más tarde. Visitan a Boonmee, quien aguarda con tranquilidad el desenlace fatal, inevitable, de la insuficiencia renal que le aqueja.En tanto va siendo abandonado por el hálito vital, el personaje, atado permanentemente a una sonda para drenar su orina, es asaltado por bellísimas imágenes del pasado remoto tailandés: un bovino que se escapa de sus dueños y luego es recapturado o una princesa que no puede soportar su fealdad y se contenta con mirar un espejismo de su rostro en el agua de una cascada, seducida por un bagre que finalmente la posee.Pero asimismo sueña con el futuro. Un futuro terrible, donde campean entre la población los atavíos militares y las metralletas en ristre, y en el que armas luminosas pueden lograr, sin más, desaparecer a la gente, particularmente a aquella que ha viajado en el tiempo.Lo que para el pensamiento occidental forma parte del repertorio del realismo fantástico, de la ciencia ficción, una fabulosa invención, es, en realidad, un fragmento de la vida cotidiana en la región del sureste asiático, donde criaturas ilusorias comparten la vida diaria con sus habitantes, y las selvas y manglares son habitados por fuerzas míticas que interactúan en todo momento con los seres comúnmente aceptadas como reales.
Nacido en la capital Bangkok, en 1970, fue criado en el noreste, en la ciudad de Khon Kaen, en cuya universidad estudió arquitectura, para luego trasladarse a los Estados Unidos para cursar un posgrado en Bellas Artes en el School of Art Institute de Chicago. A su regreso, fundó la compañía Kick the Machine, especializada en filmes experimentales e independientes.
La relevancia de su obra se refleja en los galardones que ha conseguido. Primero obtuvo el Premio del Jurado en la edición 2004 del Festival de Cannes por Malestar Tropical (Sud Pralad, 2004) y posteriormente la más reciente Palma de Oro por La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raleuk chat, 2010), por lo que es ya una presencia constante en festivales y muestras cinematográficas por todo el mundo, donde se le conoce simplemente como Joe.
Pero tan inclasificable la obra como el artista. De apariencia mucho más juvenil que sus cuarenta años de edad y mucho más humilde y sereno que el fervor que ha provocado tras los premios franceses, sencillo para vestir y reposado para contestar, incluso tímido, sorprende su determinación a la hora de confeccionar relatos para el cine, en los que la taxonomización de los distintos reinos de la naturaleza se extravía en las selvas en que suele filmar.
No sólo fue capaz, en Malestar tropical, de mostrar los créditos a la mitad de un filme, que primero es un mediometraje homoerótico y luego una película fantástica protagonizada por monos cuyos diálogos subtitula. Y de hacer desaparecer a uno de los enamorados, el campesino Tong, en la jungla y luego hacerlo aparecer como una presencia que es a medias león, brujo y fantasma, responsable además de varias vacas degolladas que aparecen a cuadro, encarnación de viejas leyendas folclóricas y mitologías, casi prehistóricas en la Tailandia actual.
Para reafirmar la tesis de que lo inusitado convive con lo cotidiano, baste mencionar que Boonmee fue un personaje real del noreste tailandés que vivió en la aldea de Nabua, en la región donde Weerasethakul vive desde hace un par de años. Un monje budista le obsequió un pequeño libro titulado El hombre capaz de recordar sus vidas pasadas, centrado precisamente en este personaje famoso por guardar memoria de sus existencias previas.
En el 2008, el cineasta no sólo escribió un guion inspirado en la historia, sino que emprendió diversos viajes por la región buscando a los descendientes y parientes del Boonmee histórico, pero la región fue ocupada y barrida por el ejército nacional entre los años sesenta y ochenta, para combatir al comunismo. De la documentación levantada, sin embargo, surgió el proyecto Primitive, integrado por siete videoinstalaciones, un libro y una serie fotográfica, que explora los conceptos de historia y memoria en ese sitio, donde los recuerdos y las ideologías se extinguieron. Más tarde filmó ahí la película ganadora del pasado Festival de Cannes, cuyo jurado fue presidido por un maestro del género, Tim Burton, tras la fallida y costosa Alicia en el país de las maravillas.
La relevancia de su obra se refleja en los galardones que ha conseguido. Primero obtuvo el Premio del Jurado en la edición 2004 del Festival de Cannes por Malestar Tropical (Sud Pralad, 2004) y posteriormente la más reciente Palma de Oro por La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raleuk chat, 2010), por lo que es ya una presencia constante en festivales y muestras cinematográficas por todo el mundo, donde se le conoce simplemente como Joe.
Pero tan inclasificable la obra como el artista. De apariencia mucho más juvenil que sus cuarenta años de edad y mucho más humilde y sereno que el fervor que ha provocado tras los premios franceses, sencillo para vestir y reposado para contestar, incluso tímido, sorprende su determinación a la hora de confeccionar relatos para el cine, en los que la taxonomización de los distintos reinos de la naturaleza se extravía en las selvas en que suele filmar.
No sólo fue capaz, en Malestar tropical, de mostrar los créditos a la mitad de un filme, que primero es un mediometraje homoerótico y luego una película fantástica protagonizada por monos cuyos diálogos subtitula. Y de hacer desaparecer a uno de los enamorados, el campesino Tong, en la jungla y luego hacerlo aparecer como una presencia que es a medias león, brujo y fantasma, responsable además de varias vacas degolladas que aparecen a cuadro, encarnación de viejas leyendas folclóricas y mitologías, casi prehistóricas en la Tailandia actual.
Para reafirmar la tesis de que lo inusitado convive con lo cotidiano, baste mencionar que Boonmee fue un personaje real del noreste tailandés que vivió en la aldea de Nabua, en la región donde Weerasethakul vive desde hace un par de años. Un monje budista le obsequió un pequeño libro titulado El hombre capaz de recordar sus vidas pasadas, centrado precisamente en este personaje famoso por guardar memoria de sus existencias previas.
En el 2008, el cineasta no sólo escribió un guion inspirado en la historia, sino que emprendió diversos viajes por la región buscando a los descendientes y parientes del Boonmee histórico, pero la región fue ocupada y barrida por el ejército nacional entre los años sesenta y ochenta, para combatir al comunismo. De la documentación levantada, sin embargo, surgió el proyecto Primitive, integrado por siete videoinstalaciones, un libro y una serie fotográfica, que explora los conceptos de historia y memoria en ese sitio, donde los recuerdos y las ideologías se extinguieron. Más tarde filmó ahí la película ganadora del pasado Festival de Cannes, cuyo jurado fue presidido por un maestro del género, Tim Burton, tras la fallida y costosa Alicia en el país de las maravillas.
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