viernes, 24 de junio de 2011

Loló Navarro: el alma del teatro

Loló Navarro


Maestra querida y guía indiscutible de numerosas generaciones de actores del Puerto de Veracruz, Loló Navarro falleció el 28 de abril. Juana María Garza, alumna dilecta y gran actriz, rememora los empeños de la inolvidable Loló por consolidar la notable tradición teatral porteña. Actriz de primer orden en cine, teatro y televisión, Loló siempre sostuvo que “la mayoría son ciegos que no pueden ver lo importante que es para el ser humano el contacto con las artes”. Sin duda, un legado que no debemos olvidar



Juana María Garza



Polvo serás, mas polvo enamorado.
Quevedo



Azul turquesa y blanco son los colores que predominan en Loló Navarro. Su caminar es azul turquesa. Su luz es blanca porque de ahí parte para colorearse. Su color favorito es el azul turquesa. Le encanta vestirse de blanco con adornos turquesa. Pocas veces usa el negro, solo en alguna ceremonia muy formal u oficial. Su ropa tiene que que ser cómoda, fresca y con la elegancia que da la seguridad. Tonos discretos como el beige, el gris, el cocoa salpicado de tonos otoñales como los verdes secos, los rojos tintos, los amarillos ocres, hay muchos matices; pero su luz es blanca y su caminar turquesa, como el mar. Es jarochísima; sí, ya sé que nació en Jalisco. “Ay, manito ¿pero sí lo probaste?”, “ay, ¿ya me oíste?”. Ama a Veracruz y lucha por Veracruz. Identificada como jarocha por tanta gente que la ve, la oye, la admira y la quiere.
Conocí a esta jarocha en 1968 cuando era estudiante del primer semestre de bachillerato en el Ilustre Instituto Veracruzano, que pertenecía en ese entonces a la Universidad Veracruzana. Era una muchachita de 14 años y no sabía que había un taller de teatro ahí en el Instituto y que Loló era la maestra. Apareció entonces una convocatoria para un Concurso de Declamación –yo no sabía que iba a participar en ese concurso-, algunos compañeros ya me habían inscrito; cuando me enteré me puse a estudiar un poema diferente a los que conocía y más corto de los que usualmente me aprendía –”Mater admirabilis”, “El credo”-, ese tipo de poesía que es vasta en su extensión.
La conocí declamando “Sirve más vino muchacha y cántame una canción a ver si esta noche logras aturdir mi corazón”. La  conocí porque ella era parte del jurado. Obtuve un premio pero no el anhelado Primer Lugar. Aun así me hizo una invitación al taller del Instituto. Pasado el concurso mi mamá me la presentó formalmente. Ellas se habían conocido cuando eran jóvenes. Loló me dijo entonces: “no ganaste el primer lugar porque tu poesía era muy corta, parece que lo hiciste a la carrera.” Adivinó. 



Empecé a participar en el taller de teatro del Instituto. Ella, la maestra, se comunicaba mucho con nosotros, nos daba a leer un texto y nos invitaba a que acudiéramos a su casa donde tenía, decía, otros libros que nos podría prestar.
En este taller hicimos Romeo y Julieta, Irene Arceo, ahora periodista, hizo Julieta y el legendario Paco Beverido vino a hacer Romeo con nosotros; yo hacía la Nana. Loló trabajó conmigo la dulzura y la urgencia que requiere el personaje. Hicimos  también un programa teatral con algunos Diálogos de Salvador Novo. Por ejemplo, en Eulalia y Cuauhtémoc hice de Eulalia.  En Diego y Betty,  Betty era Dina Lara, ahora nutrióloga. En Sor Juana y Pita, Irene era Sor Juana, yo, Pita. En algún momento también intercambiamos papeles. Este diálogo lo montamos rapidísimo, casi estábamos leyendo los textos, “Sor Juana” tenía el libreto ahí en su escritorio. Fue terrible aquello porque al final nos decía el público: “¡ah, pues estuvo bien, que bonito maquillaje, que bonita caracterización de Pita, que bonito vestuario!” Así de acertada era nuestra actuación. Eso le dio pauta a Loló para llamarnos la atención: “lo más importante en el teatro es el personaje y no el maquillaje. ”En La Güera y la Estrella interpreté a la Estrella. Fue la primera vez que fumé. No quise fumar durante los ensayos, la primera vez que lo hice en escena fue en el estreno. Fume un Del Prado que colocó en mi pitillera Eduardo Sansores –musicalizador incondicional en los trabajos de Loló. El Güero Sansores siempre peleando con Loló por subir un poco más el volumen de su música. Me vino un mareo, pero seguí, volteé y Loló con las manos en la boca. Se había espantado. Estos fueron nuestros primeros trabajos con Loló.   
Al iniciar un montaje, Loló nos hablaba del personaje, del momento histórico, nos ayudaba a buscar material en libros. Nos hacia ver la necesidad de documentarnos. Nos hablaba del teatro como síntesis de la vida. ¿dramaturgia? La mejor dramaturgia, independientemente de cuando se haya escrito, es la que nos dice y comunica algo el día de hoy, remarcaba. Lean, lean, lean estas obras. Durante el montaje nos daba total libertad para proponer. Ella se divertía muchísimo, nos cotorreaba, se burlaba: “¡Sí, pero no camines con las patas como si fueran las diez y diez, aunque yo camine como si fueran las nueve y cuarto! ¡Sí, pero mover el abanico no es igual que mover el soplador del anafre!”
Era mucha diversión; aparte de ponernos en contexto y divertirnos –mucho nos divertimos, nunca sufrimos–, nos reuníamos en sesiones largas para hablar de los personajes, de la puesta en escena; realmente no eran sesiones de trabajo sino tertulias. Y también pintábamos, pegábamos, ayudábamos a realizar los elementos escenográficos. 


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