Tronco |
La “novia del viento”, Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra, 1917), dejó este mundo el pasado 25 de mayo. Toda una leyenda del arte, surgida desde su adhesión al surrealismo, Carrington y su lenguaje pictórico y literario nos aguardan más de un misterio. De su obra, nos dice Omar Gasca, lo fantástico es lo real, y en ella y aquélla se verifica que la imaginación es otra forma de conocimiento.
Si no hay historia sin personaje, tampoco hay personaje sin historia. Personaje en el sentido de individuo notable, sobresaliente, prominente, pero también en el de símbolo en que deviene; un símbolo paradójico porque representa algo que no está más que en él y con lo cual se inviste.
Es el caso de Leonora Carrington, la “novia del viento” –como la llamaba Max Ernst–, autora de obras célebres como La giganta, Quería ser pájaro, Laberinto, El despertar, Y entonces vi a la hija del Minotauro y El juglar, entre otras, cuya muerte, acaecida a sus 94 años el 25 de mayo pasado, más que dejar un hueco engruesa la leyenda de esta arrebatadora mujer, inglesa por nacimiento y naturalizada mexicana, ser fantástico por real, hija de una Europa contradictoria, rota y desgarradora, que conoció la guerra y el manicomio lo mismo que la militancia surrealista, el activismo social y, por supuesto, la extraordinaria, metafórica y paradójica habilidad para mostrar la realidad a golpes de imaginación.
Lagartos |
Porque no se trata –como algunos escriben con tanta facilidad– de “una maga”, “una vidente”, “una soñadora” (¡ay!), “una médium”, sino de una artista que, como casi todos los surrealistas de la primera hora, encontró “una forma de radiografiar esas regiones de lo real y lo concreto que se agazapan en lo rutinario, en la palabrería de curso legal, en los devaneos de la vida normal”, como dice Fernando Buen Abad.
Tener conciencia de la realidad, interesarse en lo real no es una contradicción entre los surrealistas. Por el contrario, como decía Breton, “lo más increíble de lo fantástico es que lo fantástico no existe; todo es real”. Y no hay que olvidar, inducidos por el repertorio de eufemismos y adjetivos banales, que fueron los surrealistas quienes llamaron a la construcción de la FIARI (Federación Internacional de Artistas Revolucionarios e Independientes). Hay que recordar la ruptura de los surrealistas con el estalinismo, la evolución de aquéllos en dirección al marxismo y la revista La Revolución Surrealista, cuyo título fue sustituido por el de El Surrealismo al Servicio de la Revolución, nombre que señala y simboliza la radicalización política del movimiento.
Lo fantástico en la obra de Carrington es lo real y en ella y aquélla se verifica –para sorpresa de algunos epistemólogos– que la imaginación es otra forma de conocimiento. ¿Que cómo es que este conocimiento resulta cierto? ¿Que cuál es la relación exacta entre el que conoce y el objeto conocido en las obras de esta autora? Eso es materia de largo estudio.
Jawas |
Carrington deja sus imágenes, su actitud, su rebeldía, su indisposición a complacer y su racionalidad surrealista como un legado querido, apreciable y necesario, más cuando sin duda hacen falta recordatorios que estimulen el sentido en la creación artística que se opongan a la estéril e inocua fórmula de la banalidad, del facilismo, de la chabacanería y la vulgaridad.
En 1957 la artista dijo: “No me gustaría morir de ninguna manera, pero si llego a hacerlo algún día, que sea a los quinientos años de edad y por evaporación lenta”. Va a ser lentísima, con toda seguridad.
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