Clausura del Festival Internacional de Salsa 2011 en Boca del Río |
Boca del Rio fue la sede del primer Festival Internacional de la
Salsa. A mediados de mayo, grandes músicos pusieron a bailar a las muchedumbres
mientras una fiesta paralela, la de las balas, ocurría a unos cuantos metros.
Luz María Rivera, cronista de las buenas, recrea en estas líneas, y a ritmo de
salsa, lo ocurrido durante esas cuatro noches en las que los salseros nunca
dejaron de bailar.
Luz María Rivera
Boca del Río hierve, y no
literalmente: la temperatura es oficialmente de 46 grados desde por la mañana;
para la tarde, poco antes de la comida, la sensación es de 50, pero aun así, el
asombro se instala en los propios: ríos de gente que se convertirán en mares,
convocados al Primer Festival Internacional de la Salsa, comienzan a llegar. La
noche promete.
Salvador Manzur, el alcalde
priista de Boca del Río, ha sorteado todas las críticas de adentro y de afuera
–que esto es un “BocaFest” del anterior gobierno panista, que es mucho dinero,
que llevan gastados 100 millones de pesos en la contratación de artistas, y
más–, pero los días previos al arranque del festival, como buen joven, ha
ignorado los comentarios y se ha dedicado a promover el encuentro; dice que ha
aprendido incluso a bailar, se oye entusiasmado, y en Veracruz la gente está
expectante: la salsa es un género muy gustado en toda la franja costera del
Golfo de México.
Por supuesto que aquí es
género musical no clasista, en un medio tanto o más dado a la exhibición del
estatus social: en Veracruz y Boca del Río –que para los viejos es lo mismo ya
que Boca a sus juicios nunca debió ser municipio porque son los lindes
pescadores de la antigua ciudad mítica de la Vera Cruz– tanto a los ricos, como
a los de medio pelo y a los pelados, el ritmo les pone un no sé qué de ánimo y
de predisposición para moverse “de la cintura pá bajo y de las rodillas pá
rriba…”
El cartel no puede ser
mejor: para el jueves 19 se anuncia la presencia del Diablo de la Salsa, Oscar de León, además de El Gran Combo
de Puerto Rico, Jerry Rivera y La Charanga Habanera; para el viernes 20: Luis
Enrique, Rey Ruiz, Tito Nieves y Willie Colón; para el sábado 21 la Orquesta
Los Adolescentes, Olga Tañón, Willy Chirino y Eddie Santiago, y el domingo 22,
el gran cierre: Gilberto Santa Rosa, Grupo Niche, Tito Puente Jr., y Víctor
Manuel.
Las circunstancias políticas
y otras tantas que bien a bien se ignoran, hizo que por ejemplo nunca llegara
La Charanga: no les dieron las visas en Cuba; no llegó Olga Tañón, porque dijo
que no viaja sin sus músicos, y a ellos, tampoco les soltaron las visas; no
llegó Gilberto Santa Rosa, de remate: y estas ausencias pretendieron
opacar el ánimo al alcalde con una
lluvia de críticas, pero él se empeñó en ir todas las noches a la fiesta que
organizó contra todos los pronósticos y malos augurios. El gusto por el baile
le dio la razón.
Willie Colón |
Agallas,
aletas, colas, mares de sudor
Desde las cuatro de la tarde
del primer día del Festival en el llamado Salsódromo –que sepultó por toda la
fiesta la ignominia del nombre de ese pedazo de bulevard que en Boca los
panistas impusieron, con su correspondiente “estatua”, a un presidente vivo
como es Vicente Fox–; la gente tuvo que soportar a los conductores del
encuentro salsero: los televisos Ernesto Laguardia y Cecilia Galliano.
La decisión de Luis de Llano
Stevens, propietario de la empresa Showex que organizó el escenario y el encuentro, no pudo ser peor:
Laguardia demostró que no es nadie sin un apuntador y sin paleros en el estudio:
sólo condujo dos días. De salsa y de salseros, evidenció su absoluta
ignorancia.
Por su parte la modelo
argentina demostró por qué Sebastián Rulli se divorció de ella: no habla de otra
cosa la mujer más que de su aspecto –hermosísima, según muchos veracruzanos–, y
parece vivir en una dimensión paralela a la mexicana y a la boqueña de esas
noches: de voz chillona y desagradable, gritaba al micrófono nimiedades acerca
de los hombres, que para el transcurrir de las horas y los días de la fiesta
salsera, se volvió insoportable. Nunca “conectó” con lo que pasaba abajo del
escenario. Para el sábado, el respetable le gritó: “fuera fuera”, y la
piernilarga ya sólo volvió a salir para presentar, como se le había pagado, a
los artistas.
8:05 de la noche del jueves:
salta al escenario en medio de cohetones en el cielo la imponente figura de un
Óscar de León, que como buen negro –decía mi entrañable amigo el otro León:
Nacho– no se le notan las arrugas. El Diablo llenó de inmediato el Salsódromo:
por las seis pantallas gigantes distribuidas a lo largo del Bule, su rostro de
diablillo se reprodujo y proyectó esa voz de reminiscencias profundas,
sensuales.
A los lados del bulevard las
gradas lucían repletas. Por los altavoces Protección Civil confirmó: ya somos
100 mil los asistentes apiñonados a todo lo largo del paseo costero; y desde
hacía horas la gente bebía cerveza y la empezó a escurrir por todo el cuerpo.
Sólo estaban esperando.
Oscar d´ León |
Se dijo impresionado de la
cantidad de gente que lograba vislumbrar en la oscuridad del bulevard: en la
primer grada, cerca del escenario, ondeaba una bandera de Cuba, y a su vista,
los nostálgicos podíamos dar, por momentos, saltos de memoria y sentir que
estábamos en otro bulevard: el caribeño, donde a la cerveza, dicen, le falta un
grado para ser carnita.
Como siempre: de lo bueno,
poco. El Diablo terminó sabiamente con una versión de El Rey
de José Alfredo y la multitud coreó agradecida. Eran las 9:50, y la noche
apenas comenzaba. A mitad del bule, a la altura de la grada 1, destinada
supuestamente a la prensa y casi a un kilómetro de distancia del escenario:
hombres, mujeres, mayoría de jóvenes a mitad de la calle, parecían a esa hora
felices, peces de especie rara: branquias en lugar de fosas nasales, jalando
aire, mojaditos de sudor, anegados de risas; aletas en lugar de brazos se
palmean, colas movidas de allá para acá. Se ha establecido la especial conexión
de disfrutar, en masa, de lo mismo que se gusta.
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